La fuerza militar más dominante y temida de la antigua Grecia; los espartanos.

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Física y mentalmente fuertes, los espartanos se convirtieron en verdaderos artistas de la guerra. En ningún punto de Grecia que no fuera Esparta se podía encontrar un nivel tan alto en milicia.

Cuando Zack Snyder; director y guionista, regaló al mundo el largometraje «300», el soldado espartano se popularizó como el mejor guerrero de la antigüedad. Sin embargo, a pesar de la fama y reconocimiento que pudiera traer el cine, la educación militar de los espartanos ya había dejado impresionados a autores clásicos como Plutarco y Simónides de Ceos.

Plutarco escribe lo siguiente:

«A leer y a escribir aprendían porque era necesario, pero todo el resto de la educación tenía como meta obedecer disciplinadamente, resistir las penalidades y vencer en la batalla«.

Plutarco, Vida de Licurgo, 16.10-13

Esparta; morada de los hijos de Hércules.

Cuenta la leyenda que, al morir el poderoso Heracles, sus descendientes fueron exiliados de la península del Peloponeso. Generaciones más tarde aquellos herederos del héroe mitológico, regresaron y reclamaron las tierras de su antepasado.

Heracles representado por el escultor Antonin Pavel Wagner. Heracles es uno de los héroes helénicos con más fama. Es un semidiós, hijo de Zeus y Alcmena y bisnieto de Perseo.

Los estudiosos de la época vieron la leyenda del «Regreso de los Heraclidas» como un hecho real al que llamaron; la invasión dórica.

Los dorios pertenecían a una de las cuatro tribus griegas antiguas y estaban asentados en el noroeste de Grecia. Poco a poco fueron avanzando hacia el sur de la península, ocupando en un principio la parte alta del rio Eurotas, hasta que lograron someter a los estados micénicos y se apoderaron del fértil valle de Laconia. Ahí fundaron Esparta.

Esparta se convirtió en la ciudad-estado más grande en Grecia. A diferencia de las otras polis griegas, estaba gobernada mediante la Diarquía; un sistema por medio del cual dos reyes que representaban a las familias antiguas aristocráticas estaban al mando.

Mapa del Peloponeso.

El crecimiento de la ciudad y el aumento de la población hizo que los espartanos buscaran una ampliación de su territorio a través de lo que más sabían hacer; la guerra. Al final del siglo VIII a.C., los espartanos serían poseedores de toda la planicie de Laconia. En los años siguientes, Esparta formaría la liga del Peloponeso con otras ciudades griegas de la región.

La educación espartana formaba verdaderos artistas en materia de guerra.

Se dice que cuando un niño espartano nacía, era examinado por una comisión de ancianos para determinar si estaba sano. Si se consideraba inútil, se le conducía al pie del monte Taigeto y se le arrojaba por un barranco. Un eslabón débil no tenía lugar en la rigurosa sociedad espartana, por lo que las pruebas comenzaban desde que salían del útero de su madre. El ser apto y haber nacido con una salud buena, era solo el primer paso que debía emprender un espartano para alcanzar la plena ciudadanía y formar parte de los cuerpos militares de elite.

El monte Taigeto es una cordillera del Peloponeso donde los espartanos ejecutaban a los recién nacidos con defectos físicos.

Los padres se encargaban de sus hijos hasta que cumplían siete años. A esta edad, su vida aparentemente normal cambiaba y pasaba a depender del estado donde se le sometía a una severa vida militar.

Clasificados en batallones, los niños que eran separados de sus familias comenzaban a ser entrenados para desarrollar una gran destreza bélica, el conocimiento de sí mismos, la disciplina y a soportar las más terribles pruebas de escasez. Se les rapaba, se les obligaba a andar descalzos y pasar hambre. E incluso se les obligaba a robar para poder sobrevivir, pero si se descubría que habían robado se les azotaba. No por haberlo hecho sino porque habían sido suficientemente torpes como para ser descubiertos.

Cumplidos los 20 años, terminaba su formación y la tutela del Estado. Entonces, a los jóvenes se les destinaba a distintas agrupaciones militares donde continuaban su perfeccionamiento militar.

A los 30 años alcanzaban la edad adulta y se les consideraba merecedores de tomar esposa y formar una familia. Se les entregaba una hacienda con sus terrenos y su lote de esclavos para que formaran su propio hogar. Era en ese momento que adquirían todos los derechos de un ciudadano. Normalmente pasaban a desempeñar cargos públicos hasta los 60 años, después de haber pasado una vida completamente militarizada y logrado endurecer su cuerpo y mente a través de rituales como la krypteia y diamastigosis.

Un sangriento ritual dedicado a la diosa de la caza y la fertilidad.

Según la mitología griega, Artemisa era producto de una infidelidad. Hija de Zeus y de Leto.

Al descubrir el engaño, Hera; la esposa de Zeus enfureció con Leto y amenazó con descargar su ira a cualquier lugar donde la joven decidiera dar a luz. Llena de desesperación y miedo, Leto inició un viaje para evitar sufrir la furia de Hera, arribando a una ubicación estratégica y difícil de encontrar sobre el mar; la isla de Delos.

Finalmente, Leto concibió a dos hermanos mellizos: Apolo y Artemisa. Quienes fueron protegidos por el dios Zeus ante cualquier daño que Hera quisiera infligir en ellos. Fue así como la isla de Delos se consagró al dios Apolo y a Artemisa.

En Esparta se le representaba como una joven doncella vestida con cómodas y ligeras túnicas. Estas le permitían desplazarse por los valles ágilmente. Además, una variedad de animales la acompañaban y resguardaban, junto con su arma, el arco y la flecha.

Diana de Versalles en la Galería de las Cariátides (Museo del Louvre).

En el santuario de Artemisa Ortia, ubicado a las orillas del río Eurotas, al sur del Peloponeso, se llevaba a cabo la diamastigosis.

La diamastigosis era el ritual de iniciación destinado a los adolescentes espartanos que algún día formarían parte de los espartiatas (ciudadanos de pleno derecho mayores de treinta años que conformaban el cuerpo cívico de la ciudad).

El terrible ritual consistía en recibir una serie brutal de latigazos en la espalda, sobre la explanada del templo de Artemis Orthia. Esta práctica ponía a prueba la resistencia de los jóvenes espartanos bajo tutela militar, además de rendirle culto a la diosa de la caza.

Muchas veces el nivel de violencia se volvía tan extremo que los casos de muerte durante el ritual no eran una excepción.

La diamastigosis alcanzó niveles de brutalidad donde según describe Plutarco, se apilaban varios quesos sobre el altar de Artemisa y los jóvenes debían intentar coger uno con la oposición de un grupo de adultos vigilados por una sacerdotisa que, a golpe de látigo, trataban de mantenerles a distancia. La sacerdotisa que presidía el ritual se aseguraba de que los azotadores no se contuvieran a la hora de golpear. Eso hizo que ocasionalmente muriera alguno de los aspirantes.

Cuerpos entrenados y saludables, dignos del linaje espartano.

«Entrenaremos el alma y el cuerpo cuando nos acostumbramos al frio, el calor, la sed, el hambre, la dureza de la cama, la abstención de los placeres y los dolores duraderos.»


Musonio Rufo.

En ningún punto de Grecia que no fuera Esparta se llegaba a encontrar un nivel tan alto en milicia. A diferencia del resto de hoplitas, los espartanos eran soldados profesionales a tiempo parcial en su ciudad estado, cuyo territorio se beneficiaba del aislamiento que le brindaban las montañas.

Con un extremo desarrollo físico a través de la gimnasia y duras pruebas de resistencia, se procuraba formar al niño espartano convirtiéndolo en un hombre fuerte y saludable, apto para pertenecer a su legendaria infantería que se enorgullecía de ser temible a los ojos de cualquier enemigo.

No se podrían encontrar fácilmente hombres más saludables y de cuerpos mejor formados que los espartanos, pues ejercitan por igual piernas, brazos y cuello”.

Jenofonte, Constitución de los lacedemonios.

Al momento de entrenar se hacía hincapié en la carrera, el lanzamiento de piedras, la jabalina y la lucha. Esta última se llevaba a cabo en forma de combate individual bien reglamentado, o de forma colectiva y sin reglas. Aunado a todo, los ejercicios de carácter militar como el tiro con arco, la equitación y la caza formaban parte del entrenamiento cotidiano de los espartanos.

Se dice que, en la batalla de las Termópilas, un espía del rey Jerjes observó al ejército del rey Leónidas de Esparta realizar entrenamientos con su propio peso corporal, completamente desnudos preparándose para la lucha, utilizando un método de entrenamiento como la calistenia, basado principalmente en auto cargas como las flexiones, zancadas, sentadillas, dominadas y muchos otros movimientos que desarrollaban su fuerza.

En Esparta el deporte no estaba reservado solo a los hombres, sino que también se abría a las mujeres. Pues se quería que la ciudadana estuviera en las mejores condiciones para que su salud se extendiera hacia sus futuros hijos.

Las fuentes antiguas cuentan que las mujeres espartanas también entrenaban sus cuerpos. Lo hacían en función de producir hijos fuertes, por lo que incluso el atletismo por el que son famosos servía en última instancia a la máquina de guerra espartana. Sin embargo, la triste alegría con la que veían a sus hijos crecer, era la misma al verlos morir en batalla, pues la frase: “vuelve con tu escudo o sobre él», era constantemente pronunciada por madres y esposas.

«Considerando que para las mujeres libres lo más importante era la procreación de hijos, en primer lugar, se ordenó que el sexo femenino ejercitase su cuerpo no menos que el masculino, y en segundo lugar se estableció para las mujeres, como también para los hombres, competiciones de velocidad y fuerza entre ellas, estimando que de unos padres fuertes nacen asimismo hijos más robustos”.  

Jenofonte, Constitución de los lacedemonios.

Una gastronomía estricta y frugal; el caldo negro.

La sociedad espartana tenía costumbres que eran consideradas bastante duras y acerbas. Incluso su dieta diaria era considerada bastante austera, teniendo entre sus platos favoritos el llamado “caldo negro».

Elaborado con sangre de animales, vinagre, sal y hierbas aromáticas, el caldo negro era el plato estrella de la Sisitia, la comida colectiva del Ejército espartano.

“Ahora entiendo por qué los espartanos están dispuestos a morir en el campo de batalla. Antes la muerte que volver a probar el caldo espartano.”

Cuando un ciudadano de Sibaris hacia turismo por Esparta y probó el famoso caldo negro, alegó que prefería morir a degustar de nuevo el frugal platillo.

La primera mención del caldo negro se encuentra en una comedia titulada “Los mineros” escrita por el poeta ateniense Ferécrates, donde una mujer que regresa del inframundo asegura que ha visto caldo negro fluyendo por las calles:

“Todas las cosas del mundo de allá estaban mezcladas con riqueza y formadas con toda bendición en todos los sentidos. Los ríos llenos de gachas y caldo negro fluían balbuceando por las calles con cucharas y todo, y los trozos de queso también.”

Los espartanos eran conscientes del especial sabor que tenía su platillo, no apto para todos los paladares, y por eso no solían ofrecerlo a visitantes ni invitados extranjeros. Además de que muchos de sus cocineros alegaban que para que alguien pudiera apreciar su sabor, primero debía bañarse en el río Eurotas, lo que significaba que solo quienes habían crecido en la sociedad espartana eran capaces de saborearlo.

«Vuelve con tu escudo o sobre el…»

En cualquier forma de combate antiguo, el escudo se volvió fundamental para la supervivencia y la eficiencia de los guerreros.

Con respecto a la sociedad espartana, los mejores soldados de la antigua Grecia aprendían a olvidar su individualidad y trabajaban siempre en solidas unidades. Por lo tanto, el escudo espartano era utilizado tanto para proteger a su portador, así como al compañero que estaba a su lado. Cubría los puntos ciegos y esto permitía al combatiente estar más seguro en el campo de batalla.

Los espartanos se organizaban de tal manera, que desprenderse del escudo durante un combate era considerado alta traición, pues ponía en peligro no sólo la propia vida sino la de todos los miembros de la falange, ya que buena parte de la táctica constaba en empujar con todos los escudos a la vez, hasta formar una masa compacta frente al enemigo.

Un símbolo espartano muy conocido, y adoptado a mediados del siglo V a. C., era la letra lambda (Λ), que hacía referencia a la región de Laconia o Lacedemonia (Esparta) y que iba pintada con un color escarlata en los escudos de los espartanos.

La lambda era el emblema de la ciudad de Esparta. Hacía referencia a los lacedemonios; el nombre con el que se le conocía a los habitantes del territorio que se articulaba en torno a la ciudad de Esparta.

El escudo de forma circular llamado hoplon o aspis, medía un metro de diámetro. Estaba hecho de madera, a veces con chapa de bronce. Era muy pesado (de 8 a 12 kg) y cubría desde el mentón hasta la rodilla. Junto a la brillante coraza de bronce los espartanos iban acompañados de su lanza (dory), elaborada de madera de fresno, con una longitud de entre 2 y 1.80 metros y una punta de hierro en forma de hoja.

La lanza (dory) era el arma principal del hoplita espartano. No se utilizaba como arma arrojadiza si no que debía estar siempre bien sujeta con el brazo derecho del contendiente.

«Los muros de Esparta los formaban sus hombres, la frontera la delimitaba la punta de sus lanzas».

El atuendo del espartano denotaba fuerza y ferocidad. En el campo de batalla los espartiatas se distinguían ante los ojos del rival por su capa color escarlata, que según Jenofonte era la tonalidad que menos se asemejaba a la ropa utilizada por las mujeres, además Plutarco comenta que el carmesí ocultaba la sangre, heridas y debilidad ante el enemigo.

En el ritual previo a cada combate, los espartanos untaban aceite en sus cuerpos y lustraban minuciosamente cada una de sus armas y protecciones, también embellecían sus largas cabelleras que tenían un antiguo significado arcaico como símbolo del hombre libre.

La milicia espartana iba equipada con armaduras de bronce articuladas, cnémidas para las piernas y la coraza (thôrax) que cubría el cuerpo e imitaba la forma de los músculos del torso.

El casco (normalmente corintio), cubría por completo la cabeza y el cuello, contaba con aberturas para los ojos y la boca, logrando resguardar las mejillas y la nariz del portador. A menudo se le representa acompañado de una cresta de crin de caballo que posiblemente era un símbolo para identificar rangos más elevados.

El casco corintio fue un modelo de bronce que tuvo su origen en la antigua Grecia y se convirtió en el más popular de los periodos arcaico y clásico, llegando a expandirse en todo el mediterráneo helénico. Dioses y héroes como Ares, Atenea, Temístocles, Leónidas y Pericles fueron inmortalizados en estatuas usando estos cascos.

A pesar de que los hoplitas casi no hacían uso de una espada, pues su arma principal era la lanza (más adaptable y eficaz en una carga de la falange), contaban con una espada corta de doble filo conocida como xiphos, que se utilizaba en momentos muy puntuales del combate o cuando la estructura de la sólida falange se había roto.

Los ilotas se convirtieron en pieza clave para que los espartanos dedicaran su vida a la guerra.

Cuando los espartanos comenzaron su rápida expansión por el sudoeste de la península del Peloponeso, subyugaron la mayor parte de su vecina Mesenia y los demás pueblos de Laconia, entre ellos la ciudad de Helos, que según el geógrafo Pausanias, era de donde procedían los primeros Ilotas.

La palabra ilota tiene un origen incierto que los autores clásicos relacionaron con «capturar», y era el nombre que se le daba a todos los prisioneros de guerra.

Impulsados por la superpoblación, los espartanos se hicieron del control de Mesenia a través de una pugna larga y sangrienta, sometiendo a sus habitantes y condenándolos a la esclavitud. Según el historiador ateniense Tucídides, la mayoría de los esclavos de Esparta provenía de Mesenia.

Libres de cualquier preocupación material, los ciudadanos espartanos dedicaban todo su tiempo al entrenamiento militar, la cacería, la guerra y la política. Siendo esto posible gracias a la masa de esclavos que realizaban las pesadas actividades agrícolas.

Un ilota podía conservar parte del producto que cultivaba, vivián en comunidades cerca de los campos agrícolas e incluso se les permitía formar familia. Siempre iban afeitados de la cabeza (a diferencia de los espartanos que se enorgullecían de sus largas cabelleras), su vestimenta también contaba con elementos muy distintivos que favorecían su control como esclavos.

Los ilotas siempre iban vestidos con una tosca prenda de cuero y cubrían su cabeza con un gorro de piel de perro (kynê). Si se les llegaba a ser vistos sin su indumentaria eran castigados con la muerte y sus dueños severamente multados.

Una forma con la que los espartanos evitaron posibles revueltas de ilotas fue enviándolos a escenarios de batalla muy lejos de Esparta. Sin embargo, con las constantes guerras y una estricta política de ciudadanía (que incluía el abandono de niños con cualquier defecto físico), el número de ciudadanos espartanos comenzó a disminuir mientras que el de ilotas aumentaba. De esta forma, la principal medida que se tomó para reprimir a los esclavos fue la cripteia; una prueba de hombría dentro de la agoge o educación espartana asignada a los jóvenes. Se describe en palabras de Plutarco:

«Cada cierto tiempo, los magistrados enviaban por diversas partes a los jóvenes que eran más juiciosos sólo con un puñal y el alimento imprescindible; de día se ocultaban, pero de noche bajaban a los caminos y degollaban a los ilotas que cogían. Muchas veces, llegando hasta los campos, mataban a los más fuertes y mejores».

Plutarco, Vida de Licurgo.

El poderío y la disciplina militar espartana se manifestaron en la heroica defensa de las Termopilas.

«Aquel que esté dispuesto a luchar contra el enemigo permaneciendo en su puesto sin huir, ése es ciertamente valiente.»

Platón.

Hacia el 500 a. C. Los persas se habían convertido en el mayor y más poderoso imperio del mundo antiguo. Su poderío abarcaba una inmensa franja del sur asiático, desde el río Indo hasta Asia Menor, un territorio de unos tres millones de kilómetros cuadrados.

Diez años después de la batalla en Maratón, en donde Darío I sufrió una vergonzosa derrota ante los griegos libres, su sucesor; el rey Jerjes había reunido aproximadamente a 210 mil hombres para someter Grecia y vengar el fracaso de su padre. El rey de reyes cruzó los Dardanelos con un ejército inmenso enviando embajadores a las principales ciudades griegas, pidiendo tierra y agua. El conceder tal petición al gobernante persa suponía someterse a su poder, y algunos griegos lo hicieron. Sin embargo, existieron otros aferrados a su libertad que decidieron combatir hasta alcanzar la victoria o perecer en el desastre. Tal fue el caso de la coalición de distintas ciudades griegas, entre las cuales resaltaban Esparta y Atenas, que habían estado planeando la defensa de su territorio.

La confederación de las ciudades griegas aliadas se reunió en la primavera del 480 a.C. Ahí se acordó que una parte de los aliados griegos se encargarían de frenar el avance del ejercito persa en el paso de las Termopilas (la entrada natural a Grecia), mientras que los atenienses defenderían el estrecho de Artemisio para evitar que los navíos persas superaran la posición griega por mar. Así es como los espartanos dedicados a entrenar sus cuerpos para el combate y ajenos a la ostentación, liderados por el rey Leónidas, quedaron al mando de la alianza griega que se formó para defender su libertad.

Siendo el tercer hijo del rey Anaxádridas II, Leónidas subió al trono de Esparta alrededor del año 490 a.C. después de la muerte de sus hermanos mayores; Dorieo (en campaña en Sicilia) y Cleómenes (quien se suicidó debido a sus malos hábitos de bebida).
Leónidas ha sido inmortalizado en innumerables obras desde la antigüedad debido a la forma en que luchó mostrando la fuerza y fiereza espartana en contra de los invasores de su tierra.

El oráculo de Delfos y el paso obligado por las Termópilas.

Junto a los rígidos sistemas educativo y militar, otro rasgo que caracterizaba a la civilización espartana era la religiosidad; un factor que constantemente frenaba la movilización de sus tropas.

Al no poder trasladar a todo su ejército por las fiestas sagradas en honor del dios Apolo; las Carneias. Leónidas convocó a los miembros de la guardia real y reunió a trescientos espartanos, con los que se encaminó hacia el norte para frenar el avance del amenazador ejército enemigo. No sin antes dirigirse al oráculo de Delfos para conocer su destino en batalla. Ahí le fue descrito que Grecia se salvaría, pero que un rey descendiente de la Heraclida moriría en contra de los persas.

Heródoto cita las palabras del oráculo:

“Mirad, habitantes de la extensa Esparta, o bien vuestra poderosa y eximia ciudad es arrasada por los descendientes de Perseo o no lo es; pero en ese caso, la tierra de Lacedemón llorará la muerte de un rey de la estirpe de Heracles. Pues al invasor no lo detendrá la fuerza de los toros o de los leones, ya que posee la fuerza de Zeus. Proclamo, en fin, que no se detendrá hasta haber devorado a una u otro hasta los huesos”.

Consciente de que se dirigía a un posible suicido colectivo, el rey Leónidas planeo su gloriosa batalla en un angosto estrecho que daba a un desfiladero conocido como las Termópilas. Debido a la desigualdad de fuerzas, el reducido paso que da entrada a la Grecia continental permitía anular la efectividad de la temida caballería persa, que le concedía gran superioridad en campo abierto. La elección del rey espartano estaba perfectamente argumentada.

Aludiendo a los manantiales naturales de aguas termales que ahí se encuentran, la palabra Termopilas significa «fuentes calientes» o «puertas calientes». Según el mito griego, cuando Heracles moribundo sintió el dolor que le producía la túnica del centauro Neso, se arrojó al rio Traquis para morir abrazado por el agua de las Termopilas, quedando el calor del semidios presente en los manantiales para la eternidad.

El primer ataque enviado por Jerjes fue frontal y poco meditado. Medos y Cisios iban confiados en cuanto a su superioridad numérica, sin embargo, eran carentes de la convicción con la que los espartanos defendían sus ideales y forma de vida.

Al cerrar su sólida falange y dar catedra de una gran destreza militar, los griegos libres se pudieron dar cuenta de que los persas eran deudores de la voluntad de su rey, quien los enviaba al combate con completo desprecio de sus vidas, considerándolos esclavos remplazables. De esta forma, tras una larga jornada de batalla, los espartanos se mantuvieron en pie haciendo pedazos las oleadas de guerreros enviadas por Jerjes.

«¿Inmortales?, Pondremos a prueba su título.»

Al segundo día, ansioso de lograr la victoria, Jerjes envió a luchar a sus tropas de elite: los inmortales.

Los inmortales formaron parte del ejército persa durante más de 200 años. Eran bien entrenados y bien cuidados, ya que al ser las fuerzas de élite podían disfrutar de placeres y lujos inimaginables para los otros soldados durante las campañas militares (mujeres, infinidad de criados a sus servicios, un campamento exclusivo y comida especial transportada de forma independiente a la del contingente). Su número constaba de 10,000 efectivos, con la peculiaridad de que cuando uno de ellos caía en combate lo sustituía otro de la misma talla dando la impresión de que nunca morían, ganándose a pulso el nombre de Inmortales.

Pertenecientes a la nobleza, con una estatura sobresaliente a la media, de origen persa, elamita o medo, los inmortales constituyeron el primer cuerpo de custodios reales documentado de la historia.

Los selectos soldados persas representaban la mística que posee cualquier cuerpo de élite militar. De entre una masa de combatientes, siempre hay un grupo superior al que se le teme, especialmente por su preparación y valentía. Aun así, cuando su capitán Hidarnes creyó que acabaría con los 300 griegos sin dificultad alguna, se vio obligado a pelear en un paso angosto. Por lo que sus filas que se llenaban de nuevos ocupantes conforme iban cayendo soldados ante las lanzas espartanas, optaron por retirarse.

En las puertas calientes; donde según el mito murió Hércules, Leónidas y sus hombres pasaron a la inmortalidad.

«Un hombre con miedo a la muerte nunca jugara el papel de un hombre vivo»

Séneca

Como relataba Heródoto:

«En el calor del choque, rotas sus lanzas, los combatientes espartanos iban haciendo carnicería en los persas.»

Durante dos días los espartanos y los aliados griegos habían masacrado a las tropas enviadas por el rey persa. Sin embargo, cuando Jerjes se encontraba totalmente desesperado, y parecía que había perdido toda esperanza de arrebatarle la vida a los espartanos, recibió la visita de un traidor de Tesalia; Efialtes. Este le mostró un camino que vadeaba el desfiladero de las Termópilas, y le dio así la clave de la victoria, ya que permitía atacar a los griegos por la retaguardia.

Los espartanos no temían dar la vida por su tierra, llevaban su orgullo militar al extremo y consideraban vergonzoso regresar a casa tras una batalla perdida. Por lo que la única alternativa para regresar sin una victoria era la muerte. Fue entonces cuando Leónidas al enterarse de la noticia mandó a casa a todos los hombres, a excepción de los trecientos espartanos y los sirvientes ilotas que lo habían acompañado. Aun así, un buen número de Tespios y Tebanos decidieron quedarse a luchar hasta caer frente a las flechas del ejercito persa.

Poseídos de una furia y pasión inmensa, los griegos realizaron su sorprendente contrataque suicida luchando hasta el último aliento. La determinación ardiente que mostraron en su última batalla despertó la ira de Jerjes que ordenó que cayera una lluvia de flechas sobre Leónidas y sus valientes guerreros. El cielo se cubrió de flechas persas que arrebataron la vida de los griegos que fieles a sus principios se quedaron a pelear hasta la muerte. El cuerpo de Leónidas fue terriblemente mutilado por el enemigo, pero él y sus hombres pasaron a ser un símbolo del valor, la convicción y la entrega.

Se desconoce si el plan griego para este enfrentamiento pasaba por soñar con la victoria o simplemente por retrasar lo más posible la invasión. Pero el caso es que sirvió para esto último, de modo que los griegos pudieron dar a su flota el tiempo necesario para organizar la escuadra que venció al mes siguiente en la batalla de Salamina.

Aquella heroica derrota inspiró al ejército griego para un año más tarde infligir la derrota final al enemigo en la llanura de Platea.

«Aquellos que guardan las Termopilas»

A los cuarenta años de la muerte de Leónidas, sus restos lograron ser recuperados y trasladados a Esparta para que se les pudiera dar un trato digno según los ritos griegos, incluso se construyó un mausoleo acorde a su leyenda que, lo elevo como un héroe de guerra.

Para conmemorar el valor que Leónidas y los aliados griegos demostraron en dicha batalla, se colocó un monumento en la autopista que une Atenas con Tesalónica, convirtiéndose en un lugar histórico y muy visitado en Grecia.

Una estatua representa al rey espartano y otra se levantó en alusión a los tespios, ambas destinadas a recordar el compromiso, el valor y el coraje de aquellos que siguen resguardando las Termopilas.

“Honor a aquellos que en sus vidas
se dieron por tarea el defender Termópilas.
Que del deber nunca se apartan;
justos y rectos en todas sus acciones,
pero también con piedad y clemencia;
generosos cuando son ricos, y cuando
son pobres, a su vez en lo pequeño generosos,
que ayudan igualmente en lo que pueden;
que siempre dicen la verdad,
aunque sin odio para los que mienten.
Y mayor honor les corresponde
cuando prevén (y muchos prevén)
que Efialtes ha de aparecer al fin, y que finalmente los medos pasaran."

Constatino Kavafis, "Esperando a los Bárbaros y otros poemas".




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