Tenochtitlan

El imperio azteca.

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Los mexicas, como se llamaban a sí mismos, o aztecas, como se les conoce por su mítico lugar de origen, formaron una de las unidades políticas más importantes de la América precolombina, dominando el centro y sur del actual México, e incluso parte de Guatemala, llegando a abarcar un territorio de alrededor de 300.000 km².

Los relatos mexicas cuentan que en el año 1-Técpatl (1064 del calendario actual), un puñado de gente perteneciente al pueblo azteca recibió el llamado del dios Huitzilopochtli; quien les prometió un nuevo lugar para vivir.

«En donde la tierra aparezca rodeada de agua, entre cañas y juncias, ahí estaré de pie, ahí reinaré”. 

Liderados por los sacerdotes Cuaucóhuatl y Axolohua, los mexicas emprendieron su viaje hacia el oriente en busca de la señal que les había anunciado su dios Huitzilopochtli en una segunda aparición:

“Han estado ya entre las juncias y los cañaverales, pero aún a sus ojos falta una señal más… han de hallar el nopal que se eleva entre las aguas, y entre cuyas espinas a su vez se yergue un águila con las alas desplegadas, que mansa se bate las plumas, que reina donde la tierra está rodeada por agua, que reina entre las cañas y las juncias… y cuando encuentren el nopal que el águila ha convertido en trono, ahí se detendrán, ahí sobre esa tierra se asentarán, ahí en esa tierra del nopal reinarán ¡Ahí levantarán la gran Tenochtitlan! Y desde esa tierra elevarán sus pechos al Sol y blandirán su flecha y su escudo para conquistar todo el Anáhuac”.

Después de tres años de errar al salir de Aztlán, la población mexica encontró refugio en un islote situado en la ribera del lago de Texcoco. Ahí pudieron observar la señal brindada por Huitzilopochtli; un águila real devorando y despedazado una serpiente, encima de un nopal al pie de un hormiguero. Ahí fundaron Tenochtitlan.

Este hecho daría por iniciada la formación y el asentamiento de un pueblo que pasaría a ser el imperio más poderoso de Mesoamérica unificando los lagos de Zumpango, Xaltocan, Texcoco, Xochimilco y Chalco.

Tenochtitlan; «El corazón del único mundo».

Cem anahuac yolloco (el corazón del único mundo), así llamaban los aztecas a su ciudad-capital. Lo que comenzó con un templo consagrado a Huitzilopochtli se convirtió en una urbe refinada y gigante, con baños públicos, magníficos jardines y espaciosos palacios y plazas.

Tenochtitlan llegó a albergar más de 200,000 habitantes, llena de calzadas y canales que conectaban la tierra y el agua, tenía según los españoles cuatro entradas principales que dividían la ciudad en secciones; una se dirigía hacia el norte en Tepeyac, otra al poniente en Tacuba, una al sur en Coyoacán y una última hacia Iztapalapa. Innumerable cantidad de canoas iban y venían navegando por los canales que abastecían la zona central de la ciudad donde se comerciaban todo tipo de sandalias, cuerdas, pieles y plumas; maíz, frijol, cacao y chile; carne de conejo, pavo, pato, venado y perro; fruta, miel, camote y caña; vasijas, leña y carbón, entre otros productos provenientes de las regiones pertenecientes al imperio azteca.

El mapa más antiguo que se tiene de Tenochtitlan se publicó en 1524 y muestra la primera impresión europea sobre la capital del imperio mexica.

La capital del imperio azteca causó una tremenda impresión entre los conquistadores españoles. Mitad tierra y mitad agua, la «Venecia del Nuevo Mundo» era un espectáculo maravilloso de lagos y canales tal y como lo describe Hernán Cortés en su segunda carta de relación:

«Esta gran ciudad de Temixtitan está fundada en esta laguna salada, y desde la tierra firme hasta el cuerpo de la dicha ciudad, por cualquiera parte que quisieren entrar a ella, hay dos leguas. Tienen cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles de ella, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas de éstas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otra mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles de trecho a trecho están abiertas por donde atraviesa el agua de las unas a las otras, y en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas hay sus puentes de muy anchas y muy grandes vigas, juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas de ellas pueden pasar diez de a caballo juntos a la par. Y viendo que si los naturales de esta ciudad quisiesen hacer alguna traición, tenían para ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad edificada de la manera que digo, y quitadas las puentes de las entradas salidas, nos podrían dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra; luego que entré en la dicha ciudad di mucha prisa en hacer cuatro bergantines, y los hice en muy breve tiempo, tales que podían echar trescientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos».

Hegemonía en el valle de México; La triple alianza.

Representada pictográficamente en el códice Osuna, la triple alianza fue la última confederación de estados indígenas que gobernó en el valle de México. Estaba conformada por México-Tenochtitlan, Texcoco y Tacuba.

Cuando los aztecas arribaron al valle de México en 1325 y fundaron Tenochtitlan, tuvieron que someterse y rendir tributo al imperio Tepaneca de Azcapotzalco, que junto a coatlichantlacas y culhuacanos dominaban la cuenca de México.

A la muerte del rey de Azcapotzalco; Huehue Tezozómoc, el trono Tepaneca comenzó a sufrir una serie de inestabilidades debido a la toma usurpatoria del poder por parte del nuevo gobernante; Maxtla. Este hecho sin duda dió paso a que ciudades que habían estado bajo el control de los Tepanecas se plantearan la idea de rebelarse y pelear por el valle de México.

Sin contar aun con una gran experiencia bélica y sin la infraestructura suficiente para contrarrestar los ataques tepanecas, el gobernante mexica en turno; Izcóatl tomó la firme decisión de hacer la guerra al señorío de Azcapotzalco. Junto a las ciudades de Texcoco y Tlacopan (Tacuba), los mexicas formaron una gran fuerza militar conocida como la Excan Tlatoloyan o Triple alianza, que derrocaría a los tepanecas.

Las hostilidades comenzaron a las afueras del imperio Tepaneca, dos escuadrones de la llamada Triple alianza se impusieron y superaron a las inestables tropas de Maxtla. Entrando a la ciudad de Azcapotzalco, los guerreros de la triple alianza no tuvieron piedad contra mujeres, ancianos y niños. Quemaron y saquearon todo a su paso, convirtiendo la antigua capital Tepaneca en un mercado de esclavos.

A partir de la categórica victoria Mexica, comenzaría la expansión del nuevo imperio (formado por Tenochtitlan, Texcoco y Tlacopan) desde el centro hasta la periferia. Con el tiempo Tenochtitlan llegó a ponerse por encima de Texcoco y Tlacopan, dominando así la Triple Alianza, convirtiendo a su gobernante en el Huey Tlatoani o líder supremo y estableciendo su ciudad como la capital del imperio.

Una sociedad militarizada en donde los guerreros águila y jaguar hacían añicos a sus rivales.

«No te acobardes corazón mío: allí en medio de la llanura deseo la muerte
a filo de obsidiana.
Solo quieren nuestros corazones muerte en guerra, de modo que allí junto a la guerra
estoy deseando la muerte a filo de obsidiana».

Poesía náhuatl

Se cuenta que cuando una mujer mexica daba a luz un varón, este era sometido a un choque de temperatura por medio de un baño de agua helada recién salido del cálido vientre de su madre, entonces al sobrevivir a esta dura prueba se confirmaba que los dioses aztecas lo bendecían y lo consideraban apto para vivir. Mas tarde el recién nacido recibiría dos símbolos de ser un guerrero; un escudo y una flecha. Estos elementos junto al cordón umbilical del niño serian enterrados en el campo de batalla por un soldado de renombre. Así se marcaba su destino como guerrero desde el día de su nacimiento, siendo este tipo de rituales muy importantes para la militarizada sociedad azteca.

Después de derrocar al inestable gobierno de Maxtla (lider tepaneca) y formar la triple alianza, los aztecas tomaron varias estrategias y acciones para comenzar a expandir su imperio. En Tenochtitlan se reformó el gobierno, se crearon nuevas instituciones imperiales y se militarizó la sociedad.

Continuamente las fuerzas mexicas eran provistas de hombres aliados o conquistados de los pueblos aledaños al imperio. Poco a poco el arte de la guerra comenzó a ser una parte fundamental de la cultura azteca, pues en parte fue gracias a la guerra que lograron expandir su poder y contar con el tributo de 371 ciudades-estado de 38 provincias.

El entrenamiento militar mexica comenzaba desde temprana edad en el Tepochcalli u hogar de los jóvenes. Ahí se les adiestraba en ciertos oficios, alguna de las artes y en el manejo de las armas, además de que se les empapaba de la historia azteca, tradiciones y religión. Las fuerzas armadas aztecas estaban en su mayoría compuestas por plebeyos que habían recibido un entrenamiento militar básico, constantemente eran clasificados según sus logros en batalla. Solo un reducido grupo de guerreros de elite se dedicaba a la guerra de tiempo completo.

El acenso militar de un novato dependía de la cantidad de enemigos que lograra capturar en cada batalla. Dado que existían guerreros de diferentes niveles y rangos, se identificaban y diferenciaban mediante tocados de plumas, trajes, peinados y armas.

Los guerreros de élite mexicas vestían espectaculares trajes compuestos por tocados de plumas y pieles de animales que representaban al águila y el jaguar.

Un guerrero que representaba la obscuridad y el cielo nocturno; el Ocelopilli.

Su destino estaba marcado por el día de su nacimiento, no solo eran unos de los guerreros más hábiles en el campo de batalla, sino que también actuaban como guías morales y espirituales del pueblo mexica, pues además de ser instruidos en las artes de la guerra, se enriquecían de las antiguas enseñanzas aztecas, tales como la botánica, las matemáticas y la astronomía.

Los guerreros jaguar pertenecían a la clase baja (macehualtin), a diferencia de los guerreros águila que descendían de la nobleza mexica. Por lo que todo niño que había sido instruido en las escuelas telpochcalli podía aspirar a ser un Ocelopilli (guerrero jaguar) y brindar a sus futuras generaciones el título de nobleza. Siempre y cuando logrará capturar a doce soldados contrarios con vida durante las guerras floridas.

Al ser un soldado de elite, el guerrero jaguar se sometía a un entrenamiento físico y espiritual por medio de meditaciones profundas que podían durar hasta dos semanas.

Armados con la espada de obsidiana azteca macuahuitl, los Ocelopilli se movían con una velocidad y agilidad inigualable en el campo de batalla, haciendo alusión al animal que llevaban en la espalda, pues vestian la piel moteada del jaguar, felino que representaba a Tezcatlipoca, dios del cielo nocturno.

Un relato náhuatl cuenta que durante la huida del ejército español en la antigua Tenochtitlan, un joven Ocelopilli de nombre Tleyotzin, tuvo un encarnizado combate con el conquistador Juan Velázquez de Leon. El barbado hombre poseedor del acero era un combatiente formidable, en numerosas ocasiones trató de alcanzar con su espada al veloz campeón mexica, que saltaba y lanzaba gritos de guerra para desesperar a su rival, el cual se había despojado de su yelmo y peto de metal para ser más veloz. El joven jaguar tenía que hacer un combate casi perfecto, ya era bien conocida la peligrosidad de las armas extranjeras que atravesaban fácilmente su armadura de algodón y eran capaces de arrancar la vida en un instante. Tras varios intentos por parte de Velázquez de León, que desesperadamente buscaba darle muerte al azteca, solo consiguió romper la sagrada macuahuitl. Entonces en un movimiento lleno de arrojo y valentía, como si un jaguar hubiera poseído a Tleyotzin, logró clavar en la nuca del conquistador su cuchillo de pedernal. Sin embargo, a los pocos segundos fue alcanzado por un proyectil de las armas de fuego rivales. Seguido del ensordecedor trueno, el jaguar cayó ensangrentado, ansioso por llegar al paraíso solar llamado Tonatiuhuacan y acompañar al dios Tonatiuh por la eternidad.

Los cuauhpilli; guerreros del sol y la luz.

Portando un yelmo de águila tallado en madera, el Cuauhpilli (guerrero aguila) junto con el Ocelopilli (guerrero jaguar) formaba la élite del ejército azteca.

Causaban terror en sus contrincantes, pues no eran soldados comunes. La duda no habitaba en ellos, y su gran entrenamiento los convertía en auténticas máquinas de matar.

Escultura de cerámica encontrada en el templo mayor. Los restos de estuco que cubren la base simulan el plumaje y los tocados del traje de un guerrero águila autentico.

Baños de agua helada y una dieta altamente controlada formaban parte del entrenamiento al que eran sometidos los aspirantes a guerreros que ingresaban a las escuelas calmecac y telpochcalli (dependiendo su clase social). Al terminar sus enseñanzas en las escuelas correspondientes, un aspirante a guerrero águila tenía que participar al menos en tres campañas militares, demostrando valor y habilidad con las armas. Posteriormente se les instruía para adquirir conocimientos sobre teología, matemáticas, astronomía, botánica, lectura e interpretación de códices. Aunado a varias pruebas en las que debían demostrar capacidad de mando y la aplicación de las habilidades adquiridas durante su carrera militar.

Eran especialistas en el uso del atlatl y la espada mexica macuahuitl. Siendo su patrono el dios de la guerra Huitzilopochtli. Se reunían en un cuartel llamado quauhcalli, donde realizaban profundas meditaciones complementadas con ayuno, desarrollando un alto control y conocimiento de sí mismos.

Las plumas que adornaban su yelmo daban clase y jerarquía según fuera el caso, variando los colores y cantidad.

Los trajes que portaban eran confeccionados por artesanos en la plumaria (conocimiento que se transmitía de generación en generación). Iban acompañados de una gruesa armadura de algodón muy resistente además de una especie de capa llamada tlahuiztli, exclusiva de los guerreros águila.

Los depredadores del aire gozaban de grandes privilegios en el Imperio: podían tener concubinas, comer carne humana de sus rivales vencidos y asistir a cenas en el Palacio Real. Se encargaban de las labores de explorador, espía y mensajero, aunque también entraban en batalla cuando era necesario.

Un armamento rudimentario y mortífero compuesto por una piedra volcánica.

Debido al rápido enfriamiento de magmas volcánicos ricos en ácido silícico se formó la obsidiana; una roca ignia de color obscuro que al fracturarse tiene bordes con un filo tremendo, una propiedad que se aprovechó en el pasado para elaborar herramientas de corte y perforación.

La roca volcánica obsidiana hacia estragos entre los rivales de los aztecas, pues era extremadamente cortante. Estaba presente en la mayoría de sus armas de batalla, y junto a un gran adiestramiento en el combate cuerpo a cuerpo los llevó a forjar el imperio militar más poderoso de Mesoamérica antes de la llegada de los españoles.

«…sus enormes lanzas y sus jabalinas arrojadizas, con sus puntas transparentes de obsidiana o las puntas de cobre de un rojo ardiente, brillando en la aurora.»

Bernardino López.

Un arma sofisticada, destinada a acabar con el enemigo a distancia.

Las crónicas hispanas describen varias de las armas aztecas como enormes lanzas y jabalinas arrojadizas poseedoras de afiladas puntas de obsidiana. De entre todas ellas la más característica y eficiente fue el Atlatl; una herramienta de propulsión fabricada en madera que permitía la impulsión de lanzas.

La composición del Atlatl era sencilla pero efectiva. Consistía en una palanca de madera donde en uno de los extremos se colocaba la lanza o el proyectil a arrojar, mientras que en el otro lado se encontraba el guerrero, esto permitía alargar el brazo del soldado de forma artificial brindándole mayor fuerza.

Aunque el Atlatl fue un arma utilizada principalmente por los aztecas, existen registros de que los primeros colonos aborígenes de América ya empleaban este artefacto para la caza.

En las manos de un experto, el Atlatl podía alcanzar velocidades extraordinarias, tenía un alcance de hasta 200 metros con la capacidad de perforar el cuerpo de sus enemigos con su endurecida punta de obsidiana.

Engalanado y embellecido con plumas, el Chimalli se convirtió en el arma defensiva por excelencia de la milicia mexica.

En toda forma de combate antiguo el escudo jugó un papel fundamental en el campo de batalla. Al ser un arma que permitía realizar maniobras defensivas para protegerse tanto a distancia como cuerpo a cuerpo el escudo ha sido utilizado por casi todas las culturas humanas, pues todo buen ataque requiere una buena defensa.

Una de las armas más emblemáticas de la historia mesoamericana es el Chimalli o rodela mexica. Mas allá de cumplir su función como arma defensiva activa y ser visto como un gran avance tecnológico-militar prehispánico, el escudo azteca es considerado una de las joyas del arte plumario; arte hoy en día prácticamente extinto en México.

Chimalli Ahutizol; uno de los mejor conservados y que se cree perteneció al emperador mexica Ahuitzol. Mas allá de ser un simple objeto de guerra para las culturas prehispánicas, el chimalli se dividía en dos categorías; los que se empleaban en la guerra y los que eran usados como premios y ornamentos, estos últimos daban fe del rango del guerrero siendo decorados con plumas y materiales preciosos que indicaban su jerarquía en la milicia azteca.

El chimalli mexica estaba hecho a base de cuero endurecido colocado sobre un asiento de cañas y fibras de maguey, el escudo estaba decorado con mosaicos de plumas, símbolos cosmogónicos y diseños heráldicos. Su diseño proporcionaba a su portador ser identificado de acuerdo a su jerarquía social, rango militar y experiencia en el combate.

Bernardino de Sahagún describe el escudo azteca en sus escritos:

«Todo lo hermoso de los escudos era atributo exclusivo de los reyes. Nada era vulgar: Todo era una capa de plumas empastada con engrudo; de plumas de loro amarillo, de plumas tornasoles; un revestimiento de plumas de azulejo, de colibrí, de pechirrojo, pintados, decorados, tenidos de varios colores; con bolitas de pluma amarilla en el borde, con flecos en las orillas, con colgajos entreverados en la orilla […] Pues todas las insignias militares eran de pluma fina, enteramente todas.«

Bernardino de Sahagún. «Historia general de las cosas de Nueva España», p.79​

El chimalli tenía la capacidad de soportar los embates infligidos por todas las armas arrojadizas como los dardos de cerbatana, las flechas con puntas de obsidiana e incluso el atlatl. En cuanto al combate cuerpo a cuerpo era un gran acompañante del macuahitl; el arma más brutal de los aztecas.

¿Una espada azteca?

A sabiendas de que la obsidiana era uno de los elementos más cortantes con el que contaban, los mexicas diseñaron su arma más poderosa para la lucha cuerpo a cuerpo; el Macahuitl.

El macahuitl era una especie de espada elaborada con madera que media entre 90 y 120 cm de largo, con un hueco a lo largo de cada borde en el que eran incrustadas afiladas hojas de obsidiana en forma prismática.

Guerreros mexicas equipados con un macahuitl. Códice florentino. No hay macahuitl originales que hayan sobrevivido a la era moderna, y el conocimiento actual de ellas proviene de relatos e ilustraciones que datan de principios del siglo XX.

La forma espaciada en la que las cuchillas del macahuitl estaban colocadas limitaba la profundidad de la herida de un solo golpe, esto permitía a su portador debilitar y dejar inconscientes a sus oponentes para capturarlos con vida (objetivo primordial de los soldados aztecas).

Si bien el macuahuitl tenía la habilidad de cortar, no era así a la hora de punzar al enemigo. Los españoles que estudiaron aquellas armas siempre destacaban que el macuahuitl estaba tan bien construido que las cuchillas no podían ser arrancadas ni rotas. Aunque era capaz de infligir grandes laceraciones en los rivales, carecía de un verdadero equivalente a la espada europea, tal vez se lo describa mejor como un bastón de vanguardia.

Según el relato de Bernal Díaz del Castillo, el macuahuitl era letal:

«Vi un día que un indio peleaba con un hombre montado, y el indio le dio un golpe en el pecho al caballo de su antagonista, que abrió a las entrañas y cayó muerto en el acto. Y el mismo día vi a otro indio darle a otro caballo un golpe en el cuello, que lo estiró muerto a sus pies.»

A pesar de la eficiencia del arma azteca, presentó muchos inconvenientes ante el acero europeo. La obsidiana se mostraba quebradiza y frágil cuando chocaba con las espadas y las armaduras españolas, además de astillarse por los impactos el hueso o la madera. Sin embargo, los aztecas siempre trataban de capturar vivo a su oponente por lo que la letalidad pasaba a segundo término, incluso había asistentes que llevaban cuerdas al combate y se encargaban de amarrar de inmediato al guerrero desvanecido para los sacrificios posteriores, sacrificios dedicados en su mayoría al dios de la guerra mexica.

Huitzilopochtli; el dios que encomendó a los aztecas la tarea de conquistar el único mundo.

La mitología mexica cuenta que la deidad que representaba a la tierra, Coatlicue había quedado de forma inesperada encinta al ocultar un puñado de plumas de colibrí bajo su manto, esto causo la furia de sus 400 hijos lideraros por su hija mayor Coyolxauhqui, pues consideraban el embarazo deshonroso.

Coatlicue comenzó a ser perseguida por sus hijos quienes planeaban matarla. Triste y asustada trataba de esconderse de la ira de Colyolxauhqui, hasta que de dentro de su vientre una voz surgió y la tranquilizó; era la voz de su hijo Huitzilopochtli que le afirmaba que todo saldría bien.

Así fue como Coatlicue con serenidad esperó la llegada de Coyolxauhqui y sus demás hijos, en ese momento el dios de la guerra Huitzilopochtli nació.

Según la mitología azteca el dios Huitzilopochtli nació siendo un adulto preparado para la guerra. Está pintado de azul con un casco adornado de plumas de colibrí. En su mano izquierda lleva un chimalli lleno de adornos y en la derecha a la serpiente de fuego Xiuhcóatl, arma que solo él puede controlar.

Cuando Huitzilopochtli salió del vientre de su madre era ya todo un guerrero, no dudo ni un segundo en cortar la cabeza de su hermana y quitarles la vida a sus demás hermanos. Tras terminar la sangrienta batalla, el dios de la guerra convirtió a Coyolxauhqui en la luna y a sus hermanos en estrellas.

Para los aztecas Huitzilopochtli era el dios de la contienda militar y fue él quien condujo a este pueblo desde el mítico lugar de Aztlán, en un largo viaje que duraría más de 200 años, hasta el paraje donde fundaron la capital del imperio azteca hacia el 1325; la gran Tenochtitlan.

Cuando Fray Bernardino de Sahagún escribió el Códice Florentino entre 1540 y 1585, compiló enciclopédicamente todo lo visto y escuchado en su larga estancia en América, escribió textos que fueron transcritos y publicados en el libro «Historia general de las cosas de Nueva España». Ahí el autor reunió el testimonio de decenas de personas que dieron cuenta sobre el mito del nacimiento de Huitzilopochtli.

A diferencia de otras deidades mexicas como Quetzalcoatl y Tlaloc, Huitzilopochtli no tenía equivalentes en otras culturas de Mesoamérica, lo que lo convertía en una deidad originaria y única de Tenochtitlán.

Como deidad patrona de los mexicas, «el colibrí de la izquierda» como su nombre significa, exigía sacrificios de diversos tipos para garantizar que el sol volviera a salir después de cada noche. Su veneración se centraba en el sacrificio de sangre, donde en su mayoría las personas que se ofrecían al dios eran guerreros enemigos capturados durante las batallas, a quienes se les sacrificaba sacándoles el corazón y decapitándolos como Huitzilopochtli lo hizo con su hermana Coyolxauhqui.

Los sacrificios en honor al Hutizilopochtli se realizaban en su mayoría en el templo mayor. Eran con la intención de asegurar la victoria en las guerras, la lluvia, y las cosechas pues el maíz desempeñaba un papel muy importante en la gastronomía mexica.

La gastronomía azteca era un ejemplo de sencillez y salud.

«Los he visto comer con gran deliberación, en silencio, y con gran modestia, cosa que se manifiesta en la paciencia que muestran en todos sus hábitos, la cual también se muestra al comer así, ya que no permiten que el hambre los alteré o apure por satisfacerla.»

Juan de Palafox y Mendoza.

Algo que caracterizó a la sociedad mexica fue la sencillez y moderación en todos los aspectos de la vida cotidiana. Los autores y cronistas europeos quedaban impresionados al ver que los aztecas tenían una alimentación bastante frugal, pero poseedora de un gran balance y propiedades nutricionales.

«Somos granos de maíz de una misma mazorca, somos una sola raíz de un mismo camino».

Poema Otomí de Thaayrohyadi.

El ingrediente básico de la alimentación azteca era el maíz, pues por medio de la agricultura los mexicas lograron hacerse de una gran fuente de calorías para poder sustentarse, más que nada en un entorno donde las proteínas animales muchas veces escaseaban. La forma más común de consumir el maíz era por medio de tortillas, tamales y atole, además de otros guisos.

Aunque el maíz fue la base de la alimentación mexica aunado a que animales como los patos, pavos, conejos, iguanas, pescados y mariscos aportaban buena cantidad proteína, otras fuentes de nutrientes conocidas actualmente como super alimentos complementaron la dieta azteca.

Los superalimentos son alimentos muy completos, ricos en nutrientes, compuestos bioactivos y beneficiosos para la salud. Las culturas prehispánicas de Mesoamérica incluían en su dieta diaria alimentos como el cacao, la chía, el amaranto y la espirulina. Hoy en día considerados superalimentos.

Un manjar digno de los dioses.

Cuenta la leyenda que, conmovido por el arduo trabajo diario del pueblo tolteca; Quetzalcoatl bajó a Tollan «la ciudad de los hombres buenos y trabajadores». Y dio los primeros granos de cacao al hombre, para que estuviesen bien alimentados y se dedicaran a ser mejores personas, estudiosos, sabios, arquitectos, artistas y artesanos.

Quetzalcoatl es el dios más nombrado entre las culturas prehispánicas, representaba la dualidad entre la condición física del hombre y su parte espiritual siendo representado como una serpiente emplumada. Según la mitología azteca fue Quetzalcoatl quien regaló los primeros granos de cacao a los hombres.

Posteriormente la serpiente emplumada tomó una planta de cacao del paraíso donde habitaban los dioses y pidió al dios Tlaloc que enviara lluvia a la tierra para nutrir el pequeño árbol. Mientras que Xochiquetzal; diosa del amor y la belleza le otorgó a la planta hermosas flores que terminaron dando frutos.

Se tiene conocimiento de que los primeros árboles del cacao crecían de forma natural en las vastas selvas tropicales del Amazonas y del Orinoco, hace más de 4000 años.

Los primeros pobladores de Mesoamerica (los olmecas), comenzaron a consumir las habas de cacao a forma de bebida. Molían los granos para posteriormente mezclarlos con agua y disfrutar del regalo de los dioses.

Más tarde los mayas comenzarían a cultivarlo para crear una bebida conocida como xocolatl, apreciada no solo por su sabor, sino por su valor estimulante y propiedades vigorizantes.

El alimento divino que proporcionaba gran vitalidad y energía llegó a manos de los aztecas, que aprendieron a producirlo e incluso usaban las semillas como monedas de cambio a lo largo de todo el imperio mexica.

Los aztecas reservaban la prestigiosa bebida a la realeza, la nobleza, los mercaderes, y los oficiales guerreros de alto rango.

Cuando los conquistadores españoles arribaron a América conocieron las grandiosas propiedades de la bebida prehispánica.

En una de las cartas que Hernán Cortes le envío a Carlos V le aseguraba que bastaba una taza de “xocoatl” para sostener las fuerzas de un soldado durante todo un dia de marcha. Incluso la narrativa de Bernal Diaz del Castillo sobre el «xocolatl» convirtió la bebida en sinónimo de lujuria brindándole poderes afrodisíacos;

«Traían en unas como a manera de copas de oro fino con cierta bebida hecha del mismo cacao; decían que era para tener acceso con mujeres, y entonces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi que traían sobre cincuenta jarros grandes, hechos de buen cacao, con su espuma, y de aquello bebía, y las mujeres le servían con gran acato».

El cacao es un fruto que en su interior contiene una mazorca de semillas, son estas pepitas las que se pueden consumir troceadas, pulverizadas o convertirse en chocolate negro.

Hoy en día se le considera sin duda un superalimento por todos los beneficiosos que aporta a la salud, pues el regalo de Quetzalcoatl en su estado puro contiene propiedades antidepresivas y antioxidantes que reducen la tensión arterial y protegen del colesterol malo. Eleva el flujo de sangre, mejora las funciones cognitivas y contribuye a aumentar la atención y concentración. Además de tener nutrientes como la fibra, vitaminas, minerales y polifenoles. Por otro lado, la feniletilamina contenida en el cacao le otorga un efecto afrodisiaco y es responsable también del «momento felicidad» que se da tras comer chocolate.

Tecuitlatl; el super alimento de los Aztecas.

Muchos de los famosos superalimentos que se consumen hoy en día tienen una rica historia en Mesoamérica. Tal es el caso de la espirulina; un alimento rico en proteínas que los aztecas recolectaban a lo largo del lago de Texcoco.

Los mexicas lo llamaban tecuitlatl, una palabra náhuatl que se traduciría como “excremento de la roca». Esta microalga fue uno de los alimentos más importantes que hizo posible el crecimiento de la población en el periodo azteca.

La espirulina es un alga microscópica altamente nutritiva y rica en aminoácidos esenciales. Los aztecas la recolectaban de la superficie del lago de Texcoco para posteriormente hacer una especie de tortas que dejaban secar al sol.

Tenochtitlan; la gran ciudad, había sido construida en un islote dentro del lago de Texcoco que tenía las aguas idóneas con la alcalinidad y salinidad en perfecto equilibrio para el desarrollo de la espirulina.

Junto a los siete alimentos básicos que formaban el universo nutrimental de los mexicas (maguey (metl), nopal (nopalli), chile (chilli), maíz (cintli), frijol (etl), calabaza (ayotl) y amaranto (huautli)), la poderosa espirulina era perfecta para complementar la dieta de mensajeros, guerreros y gobernantes quienes tenían exigencias mayores en su rendimiento.

Uno de los primeros conquistadores españoles en entrar a Tenochtitlan fue Bernal Díaz del Castillo, quien en sus memorias escritas tras conocer más de la vida de los aztecas y visitar los mercados de la época describe el verde alimento:

“… pues pescadores y otros que vendían unos panecillos que hacen de una como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes de ello que tienen un sabor a manera de queso”.

En la actualidad la espirulina se consume en polvo, cápsulas o comprimidos. Estudios afirman que fortalece el sistema inmunológico, regula la presión arterial, reduce el colesterol y las posibilidades de embolias cerebrales. Es anticancerígena, funciona como sustancia antienvejecimiento y desintoxica el cuerpo, protegiendo el hígado y los riñones. Incluso se ha utilizado como fuente de energía para enriquecer la dieta de los astronautas.

La semilla de chía era conocida como «el alimento de las caminatas».

El uso de la chia se remonta a unos 3,500 años a.C. Siendo cultivada por las civilizaciones tolteca y teotihuacana antes de la llegada de los aztecas. Su nombre deriva de la palabra náhuatl chiatic que significa aceitoso o grasoso.

En la tradición azteca, durante el mes Huei tozoztli, los altares de las casas eran adornados con plantas de maíz y en los templos se bendecían las semillas (principalmente la chia). Como parte de los rituales de celebración, los mexicas ofrecían en sacrificio una joven decapitada que representaba a la diosa Chicomecóatl, quien era la creadora de todos los tipos de chía, proporcionando subsistencia y fertilidad a su pueblo.

Las semillas se obtienen de una planta anual que florece durante el verano, entre junio y septiembre en el hemisferio norte, entre enero y marzo en el hemisferio sur. Este maravilloso alimento que los mayas ofrendaban a sus dioses en agradecimiento a sus cosechas conformaba junto con el frijol, maíz y amaranto la dieta de las culturas americanas prehispánicas.

Se dice que el emperador Moctezuma enviaba a sus súbditos a Veracruz para traerle pescado fresco y los proveía con raciones de chía para minimizar el consumo de agua e incrementar sus niveles energía, por lo que también se le proporcionaba una cantidad de semillas a los guerreros del imperio para ser alimentados durante sus batallas y expediciones. Incluso se le obsequiaba en grandes cantidades a los guerreros aztecas o a sus viudas a forma de recompensa por sus hazañas logradas en el campo de batalla.

«La también llamada “Salvia hispanica» fue perseguida por los conquistadores españoles debido a su uso espiritual en las ceremonias religiosas dedicadas a los dioses aztecas. Considerándosele un sacrílego su cultivo».

Durante mucho tiempo la chía quedó olvidada debido al exterminio de sus cultivos organizado por los conquistadores. Sin embargo, sobreviviría en zonas montañosas alejadas para ser redescubierta, volviéndose su cultivo «antiguo y nuevo» al mismo tiempo.

Al ser la fuente más rica en ácidos omega 3, importantes para la respiración de órganos vitales y que hacen más fácil que el oxígeno sea transportado por el sistema sanguíneo a las células, tejidos y órganos, además de ayudar a mantener la lubricación de las células combinando la proteína y el colesterol para formar las membranas vivas que mantienen a las células juntas. Era considerada por los aztecas como un tesoro nutricional y terapéutico. Que aparte de ofrecer beneficios medicinales, decoraba cerámicas y pinturas, pues su aceite brindaba un gran brillo y resistencia, volviéndose indispensable para los artistas mexicas.

La semilla de chía es muy rica en fibra y contiene casi todos los aminoácidos esenciales, brindando grandes cantidades de proteína. Además, posee una importante cantidad de sustancias antioxidantes naturales como son los flavonoides, entre estos podemos incluir al ácido clorogénico, ácido cafeico, la miri cetina, quercetina y kaemferol. Estos compuestos presentan numerosas propiedades entre las que podemos incluir: antiinflamatorias, anti mutagénicas, antivíricas, anticancerígenas (cáncer de pulmón y estomago) además de ayudar a la cardiopatía isquémica.

El oro verde.

Cuenta la mitología mesoamericana que la serpiente emplumada “Quetzalcoatl”, dejó el legado del guacamole al pueblo Tolteca antes de partir y desaparecer en el mar para que disfrutaran de los beneficios del aguacate.

En la época prehispánica, el aguacate fue uno de los tributos que los aztecas recibieron por parte de los pueblos conquistados en Mesoamérica, particularmente del poblado Ahuacatlán, que significa “lugar donde abunda el aguacate”. El árbol del aguacate fue considerado por los antiguos mexicas, como un árbol sagrado; el árbol de la generación de la vida, por la forma de su excepcional fruto al que le conferían propiedades afrodisíacas.

Los conquistadores españoles e ingleses se encargaron de llevar al aguacate por todo el mundo. Su nombre proviene del náhuatl ahuacatl, que significa “testículos de árbol”, por la forma del fruto.

La evidencia más antigua del consumo de aguacate se remonta al año 10,000 a. C, en una cueva ubicada en Coxcatlán, ubicada en la región de Tehuacán, en Puebla. Los indígenas mexicanos denominaron quilahuacatl al fruto pequeño, y tlacotlahuacatl al fruto de tamaño grande, conocido actualmente como “aguacate padre”.

Cuando los españoles llegaron a México e inició la fase de la Conquista lo llamaron pera de las indias, trasladando la fruta a las Antillas y posteriormente a las Islas Canarias. También existió un cambio radical con la finalidad de destruir toda huella de mexicanismo, misma que provocó que durante un gran margen de tiempo no se publicara nada al respecto, lo que de alguna manera justifica que durante este periodo no se tuviera acceso a la información sobre el cultivo del aguacate.

Las culturas mesoamericanas tenían un buen conocimiento de las variedades de aguacate; el Códice Florentino menciona al menos tres tipos de aguacate identificados en la época prehispánica: el “aocatl”, el “tlacacolacatl” y el “quilaoacatl». Cargado de grasa saludable, el aguacate es rico en vitamina E, aporta el 22% de las necesidades diarias de vitamina C, un poco de provitamina A y una variedad de minerales (potasio, calcio, magnesio, fósforo, hierro, cobre y zinc). Por su riqueza en ácidos grasos es un excelente regulador del sistema nervioso, además de ser muy recomendable para los deportistas, pues aporta nutrientes muy adecuados para casos de sobreactividad muscular (sobre todo minerales como potasio y magnesio), así como de desgaste energético (riqueza en lípidos y en carnitina, que ayuda a su aprovechamiento).

El verdadero conquistador; La viruela.

El desmantelamiento del imperio azteca tuvo lugar entre los años 1519 y 1521 por tropas del reino de Castilla lideradas por el conquistador español Hernán Cortes en favor del rey Carlos I de España. Junto a los europeos, los pueblos indígenas resentidos y marginados por los aztecas emprendieron una serie de campañas militares que terminarían con la caída del imperio mexica.

¿Cómo fue posible que el imperio más brutal y poderoso de mesoamericana se derrumbara?, ¿en verdad un puñado de 400 fieros soldados españoles fueron suficientes?, ¿o la alianza entre ibéricos y los pueblos de la cuenca de México fue tan contundente para acabar con el acérrimo rival? Si bien las armas, la estrategia militar y las alianzas políticas jugaron un papel importante en la conquista de México-Tenochtitlan, existió un enemigo letal, un contrincante desconocido que acabo con dos terceras partes de la población azteca.

Era la noche del 30 de junio de 1520, un grupo de soldados españoles y guerreros tlaxcaltecas marchaban en silencio por una de las salidas puente de Tenochtitlan. Cargaban el tesoro del rey con sigilo y nerviosismo ya que escapaban de la furia de miles embravecidos mexicas.

Tras haber entrado el 8 de noviembre de 1519 a la capital del imperio azteca, los conquistadores españoles tuvieron una serie de fricciones con los mexicas. Quienes después de quitarle el mando a su gobernante y líder Moctezuma se levantaron en armas para sitiar a los europeos en el palacio de Axayácatl. La noche del 30 de junio de 1520 los europeos se dispusieron a huir llevando una gran cantidad de oro conocida como el tesoro del rey.

Un error de los españoles, una casualidad o un capricho del destino hizo sonar la alarma azteca, los tambores hicieron temblar la tierra, las conchas de viento ensordecieron el ambiente, la ciudad blanca se iluminó con las antorchas que se encendían una a una, el lago que rodeaba la ciudad efervecia lleno de canoas (acalli), colmadas de mexicas. La furia de las tropas de Cuitlahuac (Huey Tlatoani azteca) caía sobre los españoles, que ante tal sorpresivo ataque y a pesar de su valentía en el campo de batalla, no se pudieron sobreponer a la campanada inicial. La contienda fue tomando forma y gran parte del tesoro cayó al lago. El ejército de Cortes (líder español) sufrió bajas importantes, pero logró escapar, llorando la derrota y el sacrificio de sus compatriotas en el famoso árbol de «la noche triste». Ese ejercito que un día entro triunfal a Tenochtitlan, ahora salía arrastrando el orgullo amargamente. Por otro lado, los aztecas festejaban su triunfo con júbilo en medio de la lluvia. A pesar del desastre y el reguero de entrañas con sangre que dejó la batalla, honraron a sus dioses con los castellanos capturados. Sin saber que ese día en el cual saciaron a su dios Huitzilopochtli con los corazones de los europeos, entre los cadáveres se encontraba un enemigo mortal e invisible.

Durante los días siguientes mientras los esclavos aztecas recogían los cadáveres y retiraban el escombro de la ciudad, se asombraron al ver un cuerpo algo peculiar; no era ni blanco, ni color bronce como los mexicas, era de piel obscura, con cicatrices en todo su cuerpo (pequeñas viruelas). Era un esclavo traído por los españoles desde Cuba y que portaba la viruela, murió durante la batalla, sin saber que su muerte sería el principio de la decadencia de un imperio.

La llegada de la viruela en México se dio por un esclavo de color del capitán Pánfilo de Narváez, quien desembarcó en 1520 en Veracruz al frente de una expedición enviada desde Cuba por el gobernador Diego de Valázquez con órdenes de arrestar a Hernán Cortés. Este se sobrepuso a las fuerzas de Narváez de forma astuta en la batalla de Cempoala y se llevó consigo a México-Tenochtitlan a los desertores de su rival, entre ellos al mencionado esclavo enfermo.

Este capricho de los dioses desencadeno la primer gran epidemia del nuevo mundo, arrasando con cada rincón de Tenochtitlan durante 60 terribles días. Las personas empezaron a caer enfermas de forma misteriosa, muriendo al poco tiempo con los tejidos del cuerpo hinchados, asfixiándose con su propia sangre, gritando y retorciéndose de dolor, con el fluido escarlata escurriéndoles por la nariz y oídos.

«Era muy destructora la enfermedad, cuando se movían daban gritos de dolor, dura enfermedad de granos, muchos murieron de ella, ya nadie tenía cuidado de nadie, nadie de otros se preocupaba, duró 60 días, 60 días funestos…»

Relato azteca.

Los médicos aztecas que tenían un gran conocimiento sobre el cuerpo humano y sus cuidados no pudieron defender ese sistema inmunológico totalmente virgen ante las temibles enfermedades europeas. En su desesperación los sacerdotes hacían ofrendas y sacrificios sin parar, tratando de apaciguar la ira de sus dioses. Otros ingenuos en su esperanza de escapar de la enfermedad trazaban la cruz con sus manos y oraban al dios cristiano que trajeron los españoles, pensando de forma inocente que el los salvaría.

La enfermedad se extendía mas rápido de lo que un hombre puede caminar, y los poblados vecinos comenzaron a rehusarse a llevar víveres y establecer un intercambio comercial con los «pestilentes aztecas», como los empezaron a llamar. Cuitlahuac, el emperador azteca se negó a enviar mensajeros y comerciantes fuera de la ciudad, con el fin de no llevar la contaminación a mas rincones del único mundo. Fue uno de sus últimos mandatos, ya que días después el fiero líder azteca cayó entre las garras de la viruela, siendo incinerado sin honores, como uno más entre cientos de cadáveres ensangrentados.

Mientras los aztecas resistían y esperaban un ataque español, el ejército de Cortes comía abundantemente y se recuperaba en tierra de sus aliados; Tlaxcala.

Se dice que esta enfermedad voraz, en su mayoría acababa con los ciudadanos más jóvenes y fuertes, dejando la ciudad en defensa de ancianos y aztecas poco instruidos militarmente. En poco tiempo la población de Tenochtitlan se redujo a menos de la mitad, y fue entonces cuando Cortes movió ficha y atacó.

El 30 de mayo de 1521 se dio por iniciado el sitió de Tenochtitlan; una operación militar llevada a cabo por Hernán Cortes y miles de aliados procedentes de Tlaxcala, Huejotzingo, Chalco, Texcoco, Iztapalapa y otros altépetl. Durante más de dos meses y medio se libraron encarnizadas batallas en donde el avance español fue superior a la heroica defensa azteca.

Con la intención de que los mexicas se rindieran a los pocos días de pasar hambre y de no recibir recursos del exterior, Cortes mandó destruir los acueductos y canales que abastecían la ciudad azteca de agua dulce proveniente de Chapultepec. Después se apoderó de las entradas de la gran ciudad azteca sitiándola por el Oeste (Tacuba), el Este (Iztapalapa) y el Sur (Coyoacán). De esta forma el ejército en tierra quedaría dividido en tres cuerpos; Pedro de Alvarado quedó posicionado en Tacuba con parte de los tlaxcaltecas; Cristóbal de Olid en Coyoacán con el resto de tlaxcaltecas y Gonzalo de Sandoval en Iztapalapa con guerreros de Chalco y Huexotzinco. Mientras que, a cargo de trece bergantines cañoneros, Cortés y sus hombres apoyarían las cargas de infantería y caballería, asediarían las defensas e infraestructuras de la ciudad, como puentes, calzadas y templos y evitarían que la capital mexica recibiese auxilio y recursos a través de la laguna. 

Fuerzas iniciales para sitiar a Tenochtitlan.

  • Tacuba – Pedro de Alvarado. 30 caballos, 18 ballesteros y escopeteros, 150 peones de espada y rodela, 25,000 tlaxcaltecas.
  • Coyoacán – Cristóbal de Olid. 36 caballos, 18 ballesteros y escopeteros, 160 peones de espada y rodela, 20,000 tlaxcaltecas.
  • Iztapalapa – Gonzalo de Sandoval. 24 caballos, 4 escopeteros, 13 ballesteros, 150 peones de espada y rodela, 30,000 aliados de Huejotzingo, Cholula y Chalco.
  • Asalto anfibio Lago de Texcoco – Hernán Cortés. 13 bergantines, 325 hombres, cada bergantín con 25 españoles y una fusta, incluyendo capitán, veedor, 6 ballesteros y escopeteros.

Tercera carta de relación, Hernán Cortés.

La epidemia de viruela que había hecho estragos ya había ido disminuyendo, pero ante el ataque realizado por los españoles, el abatido pueblo azteca no hacía más que ceder terreno de forma heroica. Desde la perspectiva militar de los peninsulares, la actitud de los mexicas era inexplicable; Hernán Cortés no comprendía porque a pesar de tener su ciudad destruida, con tantos muertos y sus acérrimos enemigos Tlaxcaltecas entrando a su preciada ciudad, los aztecas no contemplaban por ni un segundo hacer las paces y rendirse.

«Los mexicas solo se alimentaban de raíces, bebían agua salobre de la laguna, dormían entre los muertos y estaban en perpetua hedentina, jamás quisieron la paz«.

Crónica de Francisco López de Gómara.

Finalmente, el martes 13 de agosto de 1521 el último emperador azteca; Cuauhtémoc fue capturado tratando de huir de la ciudad mientras esta caía a manos de los españoles. Cortés dejó a sus aliados indígenas hacer estragos y arrasar la ciudad hasta sus cimientos acabando con la vida de miles de personas. El único mundo de los mexicas cayó con el amanecer del quinto sol. La viruela dejó miles de cadáveres ensangrentados y llenos de cicatrices al inicio del sitio de Tenochtitlan; lo que sería el inicio de su decadencia. Los españoles; aventureros incansables, trajeron infinidad de enfermedades a América, enfermedades como la peste, la cólera, el sarampión y la viruela, las cuales atormentaron a los nativos durante los años siguientes, facilitando las encomiendas militares de los europeos.

Se habla de que el imperio azteca cayó por su soberbia y por su propio peso, pero sería absurdo quitarle importancia a los virus y bacterias provenientes de Europa, virus que con el paso del tiempo y que por medio del mestizaje fueron asimilados por la sangre americana.

Nuestra sagrada energía ya tuvo a bien ocultarse, nuestro venerable sol ya dignamente desapareció su rostro, y en total obscuridad se dignó dejarnos.
Ciertamente sabemos que otra vez se dignará volver, que otra vez tendrá a bien salir y nuevamente vendrá dignamente a alumbrarnos. En tanto que allá entre los muertos tenga a bien permanecer.
Muy rápido reunámonos, congreguémonos y en medio de nuestro corazón escondamos, todo el nuestro corazón se honra amando y sabemos nuestra riqueza en nosotros como esmeralda. 
Hagamos desaparecer los nuestros lugares sagrados, los nuestros Calmécac, los nuestros juegos de pelota, los nuestros Telpochcalli, las nuestras casas de canto; que solos se queden lo nuestros caminos y nuestros hogares que nos preserven.
Hasta cuando se digne salir el nuevo nuestro sol, los venerados padres y las veneradas madres que nunca se olviden de decirles a los sus jóvenes y que les enseñen a sus hijos mientras se dignen vivir, precisamente cuán buena ha sido hasta ahora nuestra amada Anáhuac donde nos cuidan nuestros venerados difuntos, su voluntad y su deseo, y solo también por causa de nuestro respeto por ellos y nuestra humildad ante ellos que recibieron nuestros venerados antecesores y que los nuestros venerados padres, a un lado y otro en las venas de nuestro corazón, lo hicieron conocer en nuestro ser.
Ahora nosotros entregamos la tarea a los nuestros hijos.
¡Que no olviden, que les informen a sus hijos intensamente como será la su elevación, como nuevamente se levantará el nuestro venerable sol y precisamente como mostrará dignamente su fuerza, precisamente como tendrá a bien completar grandiosamente su digna promesa esta nuestra venerada y amada tierra madre Anáhuac!

Cuauhtémoc. Anáhuac Huei Tlatoani. Tenochtitlán-México.

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